ESTOCOLMO: "El infierno está encantador esta noche"




Siempre fue mi sueño. Bueno, en realidad uno de mis sueños. El primero lo había cumplido, que era el de vivir en algún país escandinavo. El otro estaba vacante, el de vivir un invierno en un país escandinavo. Bueno, en realidad lo viví. Pero no cuenta. Porque fue laburando en un centro de ski, adentrito de Noruega. Donde se cruzaban los dedos la noche anterior para que caiga mucha, mucha nieve. No importaba la luz o el sol, importaba que la mañana apareciera con ese mantel blanco que te permite volar, deslizarte en esa sábana blanca como si fuera una nube. Así que no, viejo, te digo que no cuenta. Yo quería vivir un invierno en un país escandinavo, pero un invierno de verdad. Y Suecia y Estocolmo me iban a dar esa oportunidad.

Llegando a la hermosa Estocolmo

Llegué en verano, sí. La ciudad me recibió con sol y con calor. Saliendo a la calle en bermudas y remerita. Bueno, está bien, un buzito en la mochila hay que llevar. Total no importa si nadie lo ve. ¡Está bien! ¡Tal vez lo veas! Pero de noche. Y si de noche refresca. vale, ¿No? Todavía cuenta como verano. Al fin y al cabo es Estocolmo, che. ¿Por qué es tan importante llegar en verano? Porque si no vivís el verano, no se considera que tuviste un invierno terrible. Tenés que vivir la transición viejo. Si no, es como un asadito (¡Para mí vegano, por favor!) sin haber sentido el olorcito a humo. Tomarte una cervezita el sábado a la noche sin haber laburado de Lunes a Viernes. Cobrar el sueldo sin haberte ajustado el cinturón los últimos días del mes.

El veranito hace a esta ciudad  todavía más hermosa

Los días son eternos, tanto que por momentos, perdés la noción del tiempo. También así esas tardes de colgarse en los parques y  las ganas de tomarse una cerveza a cualquier hora del día. Y estás tan inmerso en esa nube inagotable de energía que te abraza de optimismo, que por momentos te crees que esto va a ser un poquito más eterno. Hasta que te das cuenta de que se acerca el invierno... Lentamente. ¿Ya? Si. De repente, hace un poquito más de frío. Ya no brilla tanto el solcito. La cantidad de turistas, baja. Y encima alguna lucecita navideña tan desubicada como promiscua, lo acelera todavía más. ¡Eso es! No es que el invierno esté tan cerca. Es la gente la que te hace sentirlo así, tal vez producto de que, una vez más, se dieron cuenta de que ese veranito hermoso no iba a ser eterno. Y la amenaza de que se viene ese invierno al que tanto miedo le tienen, es un discurso que empieza de a poco, bien despacio, hasta hacerse repetitivo, unánime, como aquella tortura musical que sufría Alex DeLarge en "La Naranja Mecánica" o el camión con parlantes que te despierta el sábado en las mañanas bonaerenses promocionando algo, y que básicamente dice: Siempre lo mismo.

A medida que va llegando el frío, el matecito se hace cada vez más rico

Ya no hay luz.  Te congelás. Te deprimís. Te mojas los pies con la nieve. No querés salir. No tenés ganas de ir a trabajar. Te alcoholizas. Y encima el alcohol es carísimo. Guau, ¡Qué cagada! Todo eso es lo que los Nostradamus de la modernidad pronostican sin lugar a la duda. Pero pasan los días, y yo no lo veo. No me deprimo, no pierdo la energía, no me cuelgo de un puente. Por las dudas, sí, me compro las vitaminas D. En la teoría, hay que usarlas. Cuando yo intento explicar que al final no era todo "Tan así", la gente me quiere cuidar, y me dicen que lo peor todavía no ha llegado. ¡Qué importante que haya gente así! Y mientras tanto, si, el sol se empieza a apagar. El frío se hace mas frío. La energía colectiva cambia. Y saco del archivo una frase que había leído por ahí: "Cuando el invierno Sueco llega, te obliga a darle cuerda a la energía propia".

Estocolmo y las primeras nevaditas

Cambiarte las zapas, e irte al gimnasio. Subir un poquito el volumen y buscar esas cancioncitas que siempre te tiran pa´ arriba. El agua del mate un poquito más caliente, por favor. Salir el finde aunque tengas que cagarte un poquito de frío en los trayectos que van de casa al tren, del tren al bar, del bar al tren y del tren a casa, porque hecho un esquimal no da para salir. Sonreír aunque te digan que no tenés que sonreír. Y mientras los días pasan, vos te das cuenta de que todavía estás vivo, o sea, de que no estás muerto. ¡Ya es 22 de Diciembre! El día mas corto del año pasó, ¡Y sí! ¡Estás todavía en el paraíso terrenal! Sonreís. Tenés ganas. Aprendés. Le ponés onda. Entrenás más que antes. Mejoraste con la viola. Cada vez hablás un poquito mejor el sueco. El laburo va bien, qué se yo. Hacés nuevos amigos. Y en esa supervivencia, encontrás la moraleja del cuento: Si, no te mató, y te hizo mas fuerte.

Con Pedro y Bernarda. Los soldados para salir de caravana los Sábados.

Y llega la Navidad. En un país con el ateísmo superando la barrera del 30% de su población total, tanto festejo no cierra mucho. Es que no representa el homenaje al nacimiento del niño Jesús ni tampoco sus reivindicaciones como Cristianos. Lo que se está celebrando es... No sé. Algo se celebrará. Pero me da la impresión de que es, simplemente, una excusa más para darle un mimo al invierno. Una manera de resistencia: "Si la vida te da limones, hacete un tequila", dirían por ahí. Yo digo que si a los suecos les das nieve, te celebran la Navidad. Mercados navideños que son un imán. Gente apurada desde hace un mes antes por no atrasarse con los regalitos. El "Glögg", vinito caliente con canela, clavos de olor, jengribre, cardamomo y una almendra sorpresa adentro, que al principio te parece una locura, luego te empieza a llamar la atención, después lo querés probar, y al final vuelve a parecerte una locura porque es genial. ¿Podía, al fin de cuentas, ser el invierno tan hermoso?

Tomando un glögg con mi hermano. Cuando los que estamos lejos recibimos una visita así , se nos llena el corazón.

Espere un año para volver a casita. Un año sin tener que elegir que camiseta me pongo antes de ir a la cancha. Un año sin esa seguridad de saber de que cuando llegás a casa, aunque sea los perros te van a estar esperando. Un año sin esa tranquilidad inconciente de saber que jamás te va a faltar un amigue para tomarte una birra en algún bar. Un año sin ese "Poné la pava que estoy llegando". Uno llega con la valija llena de historias, anécdotas, regalos. Te imaginás que te reciba tu familia con un cartelito, los perros que nunca se olvidan y la banda de amigos. Los escalones de la tribuna que estaban esperando por vos. Ese aire, esos ruidos, esos olorcitos que te son familiares independientemente del tiempo que haya pasado, porque nacieron con vos. Pero te reciben la cuarentena y esta locurita del Coronavirus. ¿De qué planeta viniste, che? ¡Sí, a vos te estoy hablando! Otra vez escuchás lo terrible. Otra vez las feas teorías. Otra vez no hay sol. Otra vez, si, se viene el fin del mundo. Pero yo estoy feliz. Ya sabía por que necesitaba un invierno escandinavo.

Esos segunditos antes de subir al avión para volver a casa. ¿Hay un momento más hermoso que este?


"Nunca midas la altura de una montaña hasta que no hayas llegado a la cumbre. Entonces verás que no era tan alta como pensabas" (Dag Hammarskjöld, Secretario general de la ONU entre 1953 y 1961 y ganador del Premio Nobel de la Paz)



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