¿Cómo te explico NORUEGA?
Con Agus, quien fué mi gran compañera en la mayor parte de
este viaje, llegamos a Oslo un jueves a eso de las 6 de la mañana. Era mi
segunda “Work & Holiday”, después de haber estado el año anterior en
Dinamarca. Y realmente mis expectativas eran pocas. Copenhague había quedado
marcada a fuego en mí, y no le tenia mucha fe a Noruega: Me la imaginaba mucho
mas fría, con una cultura más aburrida y una vida mucho más tranquila. Y mi
momento no era el mejor: Esta vez, mi mochila además de abrazos y el cariño de
mi gente, tenía un par de blíster de ansiolíticos y antidepresivos que habían
sabido ser el catering oficial de un momento lleno de incertidumbre, acompañado
por ansiedad, bajones, dudas y, por, sobre todo, miedo. Y si bien ya eran
parte del pasado, estaban ahí, eran esa cajita de “En caso de emergencia, rompa
el vidrio”.
En Ezeiza, rumbo a una nuevo aventura. |
El viaje había sido largo. Para abaratar costos, hicimos una
ruta rarísima y hasta excéntrica, que consistió en volar de Buenos Aires a San
Pablo con un pasaje comprado con millas, de ahí a Casablanca, donde hicimos una
pequeña tramoya para tener una escala de 24 horas y poder conocer algo de la
ciudad más industrial de Marruecos, para luego volar a Copenhague y, después de
algunos días con los grandes amigos que me dejó esa icónica ciudad, tomar un
bus nocturno que nos llevó hasta Oslo. Ya acercándonos a la ciudad, miraba por
la ventana y me parecía un lugar triste, casi lúgubre. Me dió la sensación como
de no tener mucha vida, de no tener alma. Estaba nubladísimo, y aunque el
verano tocaba la puerta, el día estaba gris tirando gris oscuro. Todo cerrado
en la estación. Agus se meaba, y para usar el baño había que pagar. Ninguno de las
dos tenía Coronas noruegas y no había donde cambiar dinero. Casi milagrosamente
logramos sacar algo de un cajero, sin ni siquiera saber cual era la conversión.
Teníamos que esperar un par de horas hasta poder tomar aquel 37 que nos iba a
llevar al departamento que habíamos alquilado por Airbnb. Salí de la estación
para calmar la ansiedad, y hacía un frío bárbaro. Creo que, en ese momento, si
hubiera podido, hubiera elegido tele-transportarme a cualquier otro lugar del
planeta, menos en el que estaba.
Llegando a la Mezquita Hassan II de Casablanca, la más alta y séptima más grande del mundo. |
Luego de acomodarnos en nuestra primera casita, conocimos un
poco los alrededores, fuimos al super e hicimos todas esas cosas que uno hace
cuando llega a un lugar en el que va a estar viviendo al menos por un tiempo. Simultáneamente
con todos los trámites que teníamos que hacer, empezamos a buscar trabajo. Agus
tuvo mejor suerte, pero en mi caso, no podía encontrar nada. Bueno, no habían
pasado tantos días, es verdad, pero Noruega es demasiado caro cuando venís de
afuera, y yo había enviado mi cv por mail a muchos lugares como también
entregado algunos en mano y no tenía ningún tipo de respuesta. El conocido
“Metralleta style”, donde tirás cv para todos lados, no estaba funcionando. Mis
números estaban en rojo y la ansiedad por encontrar algo era grande. Hasta que
un día, me iluminé y me acordé de que, en Copenhague, mi querida amiga Sofi había
conseguido un trabajo en el aeropuerto. Siempre amé los aeropuertos, no sé por
qué, o tal vez sí, y es porque representa para mí el puerto de salida para
viajar y cumplir mis sueños. Así que me colé en el tren y me mandé para allá,
con un par de CV en la mano como para intentar justificarme en caso de que algún
chancho se percatara de mi argentineada. Y una vez allí, al segundo tiro, dí en
el blanco nomás. Luego de una entrevista improvisada, en la que le dije “Sí” a todo, conseguí el trabajo más raro que jamás tuve en mi vida: Tenia
que atender el “Food truck” de un restaurante en el patio del aeropuerto, “Los
días de sol”. Sí, esa era la única variable de la que dependería mi trabajo. Empecé
al día siguiente, y en un comienzo la cosa parecía ir bien, había trabajado
tres o cuatro días, pero luego me encontré con que todos los días estaba
nublado, y cuando no lo estaba, mi jefe decía que tenían que hacer más de 18°
para que me necesitasen. O sea… ¡Estamos en Noruega! Sentía que me estaba
cargando. Me levantaba todos los días mirando el pronóstico, y con el paso de
los días empecé a sentir que estaba otra vez como al comienzo.
Mi primer lugar de trabajo, en el aeropuerto principal de la ciudad. |
Pero lejos de
quedarme de brazos cruzados, otra vez empecé a buscar trabajo, y a los pocos
días conseguí una prueba para trabajar en la barra de un boliche. Me fué bien,
y me pidieron que regresara al día siguiente. ¡Y quedé nomás! Pero, tal vez un
poco celoso de la noche, Febo asoma. Y como quien no quiere la cosa, pasé de no
tener trabajo, a tener dos. El clima, casi sin darme cuenta, se volvió genial, y en el boliche no daban
abasto con la gente que tenían. De la nada, empezaron a pedirme en ambos lados
que fuera a trabajar más y más. Tenía deudas que pagar, y sabía que los dos
trabajos eran muy inestables y de un día para el otro podían llegar a decirme
que ya no me necesitaban, que era descartable, así que no dudé en no especular
con dejar uno de ellos. Y llegó un momento donde ya se me había convertido en
una locura, sin tiempo para descansar, con jornadas que podían llegar a ser de
17 o 18 horas de trabajo, y días en los que trabaja toda la noche en un lugar y
me iba al otro a la mañana sin dormir ni un solo minuto.
Mi segundo trabajo, en la barra de un boliche. |
Pero en la adversidad, empecé a encontrarle el saborsito.
Tomarme el tren a la mañana para ir al aeropuerto tomándome un café con un
“Croissant” (Esa medialuna gigante que podría equivaler tranquilamente a las
dos o tres medialunas que acompañan nuestro inoxidable café con leche), era un
placer. Esos 21 minutos que tenia de viaje daban justo para mirarme una charla
TED en Youtube. Empezaba a conocer gente, a jugar un poquito con las palabras
en noruego. Observaba los movimientos del aeropuerto. Me divertía con mis
compañeros volviéndose locos por famosos que para mí eran iguales a cualquier
otro cristiano. En el boliche siempre había buenas historias y lindos
personajes. Y Agus cada tanto pasaba a
visitarme y a tomarse algo, para hacer un poco más cercano entre nosotros unos
fines de semana en los que parecía que vivíamos en planetas distintos.
La estación central de Oslo, el lugar al que iba a tomarme el tren todas las mañanas previa adquisición de un café con leche y un croissant. |
El solcito brillaba cada día. Y cuando había una pequeña
pausa, salir a correr por una ciudad llena de parques o ir a tomarme una
cervecita a algún pub, eran mis debilidades. Renunciar a entrenar estaba
prohibido. Y después de tanto trabajar, nadie me podía negar una buena cerveza
fría. Conocimos a la pequeña banda de argentinos valientes que estaban también
allí, y de a poco nos transformamos en una pequeña familia. Estaban los que se
cocinaban unas empanadas, los que sabían hacer algo de música, o los que
siempre tenían la data de algo para hacer. Mi mayor aporte era un mazo de
cartas de UNO que había comprado por unas monedas en Bolivia, y eran la tanda
de penales que venía después de la cena y que definían quien lavaba los platos
o se hacia la próxima comida comunitaria. El boliche donde trabajaba se había
convertido en una especie de embajada, y aunque no tenía mucho tiempo me alegraba,
aunque sea, poder compartir esos ratos, regalando o haciendo un poco más barata
la cerveza en un país donde apuesto a que tiene el precio más alto del mundo.
Muy despacio, casi pidiendo permiso, Noruega se estaba empezando a meter en mi
corazón.
¿Hoy quién lava los platos? |
Hasta que llegó nuestro primer viajecito por Noruega. Ambos
conseguimos unos días libres en nuestros trabajos, yo haciendo malabares entre
los dos que tenía. Compramos una carpa en oferta en la que entrabamos los dos solo
si le hacíamos honor a las ciencias matemáticas, nos llevamos una bolsa de dormir para
compartir que no me acuerdo de donde salió, y cargando la mochila con lo que
pensábamos que podíamos llegar a necesitar, nos fuimos a Odda para subir al
Trolltunga, aquella piedra mítica que sobresale de los fiordos y tiene bien en
claro que puede dejarte la mejor foto de tu vida. Fueron 11km de subida y 11km
de bajada absolutamente increíbles. La hermosura del paisaje deslumbró a alguien
que es más amigo de las ciudades. Los fiordos eran algo impresionante, mucho
más de lo que me imaginaba. Y ver esa peregrinación de mochileros de todo el
mundo que iban a hacer esa caminata me hacia sentir en las nubes. El Trolltunga
marcaba un antes y un después. Las pastillas, los temores y los momentos duros
del comienzo habían quedado atrás. Y Noruega ya estaba bien adentro de mi
corazón.
11 Km durísimos, ¡Pero el Trolltunga vale eso y mucho más! |
Se iba el verano, y con el se iba nuestra primera etapa también. Agus terminó su contrato de trabajo que era solo por el verano, lo mismo ocurrió con uno de mis dos trabajos, y casi de casualidad, encontramos la oportunidad, o la oportunidad nos encontró a nosotros, quien lo sabe, de trabajar en un centro de esquí. Nosotros, que casi no conocíamos la nieve, ¿En un centro de esquí? ¿Y por qué no? Cuanto más lejana a uno es la experiencia que hay enfrente, la misma proporción tiene el aprendizaje que esta ofrece. Se venía un nuevo desafío, pero la vida nos regalaba un mes pulmón en el medio que lo aprovechamos para desquitarnos con un poquito de playa y visitar Croacia, seguido por una pequeña gira por los anhelados Balcanes, uno de esos viajes que estaban en mi lista desde siempre, y en el que tuve la suerte de poder conocer uno de mis lugares favoritos de este mundo y que dió origen a este blog: Bosnia y Herzegovina, y su dolorosa historia de guerra en los 90´, para luego encontrarnos con unos amigos en Rumania. Volvimos a Oslo, recogimos nuestras cosas, y nos tomamos el tren que nos llevaría hasta Voss, la estación de tren más cercana de lo que sería nuestro lugar los próximos meses. El viaje en tren Oslo - Voss, está catalogado como uno de los más lindos del mundo, pero ya estaba cerquita el invierno y era totalmente de noche. Nos tocó un tren viejo, de esos que parecen que van a seguir en carrera hasta que se rompan y ya no sea posible repararlos, juro no me imaginaba que pudiera haber trenes así en Noruega. Casi no pude dormir por el frío que sentía adentro, por más que me tapara con el camperón que llevaba conmigo, y llegamos a Voss a eso de las cinco de la mañana. Bajé del tren y me encontré con una estación deshabitada, totalmente oscura y con un frío impresionante. Nos metimos en un hotel a esperar a que nos pasara a buscar nuestro futuro jefe, una hora y media más tarde, para llevarnos hasta el centro de esquí.
En Mostar, Bosnia y Herzegovina. |
Llegamos allí, y mi primera impresión, otra vez, no era
buena. El clima era de un otoñal extremo. Hacía mucho frío, pero todavía no había
nieve. Y como aún no había comenzado la temporada, en el hotel y sus alrededores
no había prácticamente nadie: Ni empleados ni huéspedes. Silencio, frío y la nada misma.
Capacitaciones, recorridos por todo el hotel, pruebas de uniformes y todas esas
cosas que rompen las pelotas cuando arrancas un trabajo nuevo. Un poco de
stress y otro poco de un déjà vu que me trasladaba a aquel día en que llegamos a
Oslo. Parece increíble como a pesar de que se repitan secuencias una y otra
vez, la mente muchas veces se empecina en hacernos creer que todo irá mal sin justificativo alguno. Pero de a poco empezó a asomar la nieve en los picos. Caían algunos grupos de huéspedes para reuniones de fin de año. Conocíamos a los demás
empleados que también iban llegando, y ya teníamos vecinos. Metimos nuestros primeros días de trabajo. Y un día
me desperté y, finalmente, ¡Estaba cayendo nieve! La alegría invadió mi
corazón. Era hermoso, era increíble. La desperté a Agus para compartir ese momento.
Y a partir de ahí, la historia fue otra. La belleza de las montañas nevadas, de
caminar por la nieve, de ver como se iban tapando los autos poco a poco, no
dejaba de asombrarme nunca. Mis compañeros se reían de cómo me deslumbraba por todo
ese manto blanco, y rememorando un viejo audio de los Midachi llamado “Un
argentino en Toronto”, no podían parar de reírse y de jurarme que solo era
cuestión de tiempo hasta que ya estuviera “Hasta los cojones” de la nieve y
empezar a odiarla. No les creí jamás, y lo bien que hice.
¡Juro que todavía iba a venir muchísima más nieve! |
¿Y a mí quién me para? |
Recibí una oportunidad de poder quedarme trabajando también
allí durante el verano. Y este trajo sus cosas buenas y sus cosas malas. Para
arriba, un verano increíble. Para abajo, ver como algunos compañeros se
alejaban y la ruptura con mi novia. Bien rápido se fué la nieve y todo se tiñó de
verde. Ovejas y vacas bajando de la montaña. Después de mucho tiempo, volvía a
ver insectos. Abejas, arañas y por sobre todo, unas babosas gigantes. Arándanos y
hongos creciendo por todos lados. Alemanes, holandeses, belgas, y gente de todos
los países, en su mayoría europeos y asiáticos, recorriendo los fiordos en
“Caravans”. Mucho, mucho sol (¡Algunos dicen que fue el mejor verano de los últimos
20, 30 y hasta 150 años!, según diferentes versiones.) Luz natural casi todo el
día. Pero, por, sobre todo, una belleza natural inmensa, de una magnitud
imposible de describir. Esta vez no tenía mucho trabajo, pero si tiempo, y
disfruté y entendí el valor que tiene el sol después de un invierno en aquellos
pagos. Ojo, no es tan terrible eso que llaman “Falta de luz”, al menos en el
sur del país. Pero si lo entendés cuando otra vez está el solcito ahí, y es como
si te llenara la barra de energía.
En Flåm, uno de los lugares mas hermosos para visitar los fiordos en el verano. |
Pero nada es para siempre, y de a poco, días cada vez más
cortos, menos turistas, la época de lluvias. Un verano que por momentos parecía ser eterno, lentamente se empezaba a despedir, y comenzaba a sentir esa
sensación que sentís cuando lo que estás haciendo y tanto te gusta, se está por
terminar. Qué controversia, ¿no? Estas haciendo algo que amás, pero al mismo
tiempo estás obligado a abandonarlo. Sentí algo muy parecido a mi último año de
escuela secundaria. Y un día, finalmente, todo se termina. Es difícil de
explicar esa sensación post-Working Holiday, donde tan solo de un día para el
otro, te quedas sin un montón de cosas que formaban parte de tu mundo: Tu trabajo, tu
casa, el lugar donde vivís que se hace un poquito tuyo, tu permiso de residencia, tus ingresos y lo que se transformó en tu familia. Tal vez podría resumirse en estabilidad, esa palabra que para los que llevan esta hermosa vida de viajeros, parece estar siempre en la vereda de enfrente. Si
fuera mermando de a poco, bueno, tal vez seria más fácil. Pero no. Llegó ese día
y se te fué todo junto. Pero todo vale la pena si te hace reír.
Después de un verano hermoso, la infaltable época de lluvias. Un manto espesísimo de nubes como postal constante. |
Aunque tal vez, si quisiera explicarte Noruega, debería
empezar por esos amigos y esas historias que encontré por ahí. Está el
Changuito, mi gran amigo, que pasó de casi pisar el altar en su pequeño San
Jorge de la provincia de Santa Fé, a irse a Oslo, donde sin conocernos, nos esperó
un día en la plaza de la estación central para mostrarnos la ciudad y
explicarnos todos los trucos, terminando en Tana, bien al norte,
cumpliendo su sueño de vivir arriba del círculo polar ártico. También está el
Edu, que se fué a Noruega dejando atrás su Alejandro Korn, de la provincia de
Buenos Aires, para poder encontrar un trabajo en Oslo y luego poder traerse a
su familia en busca de un futuro mejor. Se cortó las rastas para que no lo
pararan en el aeropuerto por “Portación de cara”, se las llevó en una bolsa
para luego atarlas con alambre, y quedaron en off-side luego de que le
revisaran el equipaje. Una úlcera lo mando devuelta a casa, pero el aliento de
la banda que estaba en Oslo lo trajo de vuelta, y hoy cumplió su objetivo de
traerse a la familia, viviendo todos juntos en Karasjok, también bien allá en el norte.
Están las historias del Fer y Pablito, que aprovecharon la posibilidad
de la visa para ir atrás de sus novias noruegas que casualmente ambos habían
conocido en Argentina, y se casaron y ahora son un “poquito” más vikingos.
Sebas y Caro, que se vinieron desde Chascomús y terminaron trabajando en el
paraíso de las auroras boreales. El Nico, que pareció nunca haber sido un ingeniero en su siempre bella Mendoza, para sumergirse en el intrépido mundo de las cocinas. El Richard, que luego de un breve paso por el fútbol francés y de trabajar en París, no quiso perderse este sueño. Nicole, Rodri, Leila, Mati, Agustín, Billy, Emir, Franco, Nahuel, Germán, Lucho, Lupe. Joel y José que llenan de alegría Oslo con
su música. Los amigos que conocí en Bergen. Cada uno con algo que los impulsó y los trajo hasta acá. No podría cansarme jamás de
escuchar cada una de esas historias. Todas están llenas de vida, todas están llenas de magia.
¡La banda copando el tranvía de Oslo! |
O tal vez, para explicarte Noruega, debería hablar de lo que
aprendés. Porque de todas las cosas que te podés llevar, creo que es lo que
tiene una mayor magnitud, es lo más relevante. Y no por ser más que otras cosas o tener más valor
que otros aspectos, sino porque, quieras o no, todo el tiempo estás
aprendiendo. A base de cachetazos, claro. Y situaciones y experiencias que no se
las cuentan a los demás ni el Facebook ni el Instagram. Un día me tocó agarrar
una bandeja con un par de vasos encima. Y después fueron más, hasta que la
bandeja estaba llena. Y llega el día que te agrandás y llevás todo lo que te pidan. Pero antes de eso, transpirás. Como también transpirás
cuando te piden que descorches un vino y tenés que estar 4 horas para abrir una
botella delante de una mesa entera, llena de desconocidos. Hasta que te
convertís en un sommelier sin corona que puede decir sin duvitar “El mejor vino
es este”, aunque tal vez no lo probaste en tu puta vida. Pero tenés toda la
confianza, y te permite ir para adelante como el ganador que sos. Y aprendés a
entender a tus compañeros. Va, entenderlos, no vas a entenderlos nunca. Entonces,
mejor dicho, aprendés que hay que aceptar. Aceptar que las cosas no son iguales
que en tu país. Entonces ya no sos el mismo, tu capacidad de aceptación sin
cuestionamiento es mucho mayor. Y aprendés que no es lo mismo que haya sol
o que no haya. Porque no es tan terrible el invierno con ese sol que sale con
miedo y se vuelve a esconder rápido. Pero si te das cuenta de que distinto te sentís
cuando el solcito te vuelve a alumbrar. Como también te sentís distinto cuando
llega ese abrazo de un amigo, esos mates que giran, ese fernet bendito con
hielo que no sabe de días de la semana ni evento alguno. Y aprendés que estas acá
y no allá. Pasan los cumples y duelen. Llegan las fiestas y el abrazo de tu
familia no lo vas a tener. Llega el finde y mientras tus amigos salen, a vos te
toca laburar. No podés tenerlo todo. No, no hay forma. Pero entonces aprendés a
hacerte fuerte, a valorar lo que tenés, a estar consciente, a agradecer.
¿Camarero, yo? |
O también puede que esta no sea la mejor manera, y para explicarte lo que es Noruega, debería describir a la Noruega misma. ¿Cómo un país puede ser tan hermoso? El invierno es hermoso, encantador. Como dicen por esos pagos “Det finnes ikke dårlig vær, bare dårlige klær”, que traducido al español sería algo así como “Lo importante no es el clima, lo importante es como te vestís”. La nieve adorna todo lo que encuentra a su paso. Todo luce más lindo, te juro que es impresionante. Y ver a las familias enteras que se van a esquiar o jugar en la nieve me dá paz. No hay peros, no hay excusas, no hay envidias. La nieve esta ahí, es para todos. Todos tienen tiempo, todos pueden acceder a ella. Las montañas rebalsan. Solo de verlas uno se queda anonadado. Y pensás que nada puede ser más hermoso, hasta que llega el verano y el verde que florece casi en un abrir y cerrar de ojos, las hacen mas lindas aún. O no, no sé. Es imposible compararlo, básicamente porque nunca vas a ver a las montañas en los dos estados al mismo tiempo. Pero hay que apurarse para adorarlas. El verano dura poco, es efímero. Pero vale la pena para entender a estos loquitos del norte. Un rayo de sol es la gloria. Es hermoso, para mi mucho más hermoso que antes. Y se llena de esas caravan, camionetas o como carajo se llamen, que recorren los fiordos, las montañas, los lagos. El país es caro, casi imposible, pero la naturaleza esta ahí, es gratis y para todos, y nadie se la quiere perder. En refugios o en esas carpas que plagan los terrenos donde no haya piedras. En la casa de algún conocido o intentar con Couchsurfing. Todo vale para disfrutar de una tierra tan hermosa.
Los fiordos noruegos. Nada más hermoso. |
Pero si tengo que encontrar la manera más
representativa de explicar lo que me dejó a mi Noruega, no podría dejar de
mencionarlo: El recibir y el dar. Esa moneda de cambio poco usada en nuestras
vidas cotidianas, pero que aquí se hace como ese comodín que tenés en el
bolsillo para usar en el momento justo. No, no se podría explicar ni Noruega, ni
ninguna experiencia parecida sin hablar de lo que damos y lo que recibimos.
Porque es la esencia de básicamente todo. Personalmente, siempre me consideré una persona solidaria, que intenta estar cuando sus amigos o su familia lo
necesitan. Pero esto de ayudar al que no conoces, para mí era un planeta ajeno.
Tal vez mi error era que pensaba que era absurdo ayudar a alguien absolutamente
desconocido sin esperar nada a cambio. Porque tal vez ni siquiera vas a
volverlo a ver para recordarte a vos mismo que lo ayudaste. Pero ni es absurdo,
ni es que dejamos de recibir algo de vuelta. Pero lo más importante es que eso
que viene de vuelta, no necesariamente te lo va a dar la otra parte. Primero tenés
que dar. Después el universo se va a ocupar de recompensarte. No hay vuelta que
darle, te juro que es así. Y si no creés que el universo va a tener algo
preparado para vos, al menos quedate con ese gustito alegre de saber de que hiciste algo por alguien, de que a alguien le sacaste una sonrisa. Y si de
sonrisas hablamos, nunca pensé que podría tener tanto valor dar una sonrisa. En
tierras donde la sonrisa gratis no abunda, yo empecé a entender de que nuestras
tierras del sur nos proveen de una sonrisa fácil, ágil, atrevida, que no tiene problema en
salir de su status quo dentro de la cara y el alma que la portan. Y así fue que
empecé a ir a trabajar con una sonrisa, y todo era mas fácil. “¿Por qué siempre
sonreís?”, me preguntaron, como si tuviera una enfermedad de nacimiento. “Alan
es la persona más feliz que conozco”, escuche decir a un compañero. Pero lo más
grande que me llevé fue de parte de mi jefa en uno de mis trabajos, que, ante mi agradecimiento por su ayuda para resolver una cuestión de papeles, fue tajante: “Cada
sonrisa que vos dás, hace que yo tenga ganas de devolvértela con lo que sea necesario”. Me quedé sin palabras, y comprendí de que estaba dando mucho más que una sonrisa. ¿Y el mate? ¡Casi me olvido del mate! ¿Por qué carajo a Dios se le ocurrió
darnos semejante cosa solo a nosotros y a nuestros hermanos? Moneda de cambio, si las hay. De repente, te dás cuenta de que siempre tenés algo para dar. Ni más
ni menos. Porque es cierto, a la mayoría de las personas que nunca lo probaron,
no les gusta. Menos aún si vas con esos mates amargos que no aceptan ni en pedo
un par de cucharadas de azúcar. Pero por lo menos, te acercaste, ofreciste
algo. Y si le gusta, tu compañero ya es un poco más
que un compañero, porque tienen algo que, por esa ley abstracta que escribimos los argentinos con nuestro corazón, estás obligado a compartir. Y te lo van a devolver. Con unas
galletitas para acompañar o con algo que haya sobrado en la cocina. Con un
gracias. O con la sonrisa de la que tanto te hablaba.
Mi incondicional compañero de viaje. |
“Nunca es tarde para
nada,
la mañana está esperando,
si te perdiste el tren, puedes llegar caminando.
Las oportunidades ahí están,
pero son como las olas,
llegan y se van.
Y aunque seamos de colores diferentes,
todos comemos con la boca
y masticamos con los dientes.
Hay que ser buena gente y agradecido,
y proteger el árbol pa' que no se caiga el nido.
Y ojalá que nada te duela,
pero si te duele, que te sirva de escuela.
Ojalá que te enamores muchas veces,
porque con un beso, lo malo desaparece.
No tienes que llorar,
va a parar de llover
Yo salí a trabajar, pero voy a volver
Y te voy a construir un castillo de bambú,
lo que nunca tuve yo, quiero que lo tengas tú.”
la mañana está esperando,
si te perdiste el tren, puedes llegar caminando.
Las oportunidades ahí están,
pero son como las olas,
llegan y se van.
Y aunque seamos de colores diferentes,
todos comemos con la boca
y masticamos con los dientes.
Hay que ser buena gente y agradecido,
y proteger el árbol pa' que no se caiga el nido.
Y ojalá que nada te duela,
pero si te duele, que te sirva de escuela.
Ojalá que te enamores muchas veces,
porque con un beso, lo malo desaparece.
No tienes que llorar,
va a parar de llover
Yo salí a trabajar, pero voy a volver
Y te voy a construir un castillo de bambú,
lo que nunca tuve yo, quiero que lo tengas tú.”
(“Milo” - Residente)
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