UŽUPIS: "República independiente"



Enfrente mío está el río Vilna. Hay un loquito pescando, con el agua hasta las rodillas. Una hamaca colgando, que para pegarte un buen hamaqueo o sacarte una foto copada, te va a obligar a mojarte los pies. Esas formaciones raras que se arman apliando piedras, que nunca supe bien que son ni porque las dejan. Mucho menos quienes. Y mucha, mucha gente, sentada a los costados. Algunos charlando, otros toman café, algún que otro turista que vaya uno a saber como llegó hasta acá, y esos borrachos que juegan de local y que pareciera que tienen la exculpación eterna de los críticos de siempre. El rio Vilna no tiene la fama del Sena ni del Danubio, que parecen ser de ensueño, andá a saber por qué. No fue clave para el desarrollo de ningún imperio, cómo lo fue el Nilo para los egipcios. Tampoco es un espectador de lujo de tantas fábulas chamuyeras, como aquellas bien tangueras en las que sabe estar nuestro querido Río de la Plata. Y sin embargo, a mi me inspira, me da alegría, me saca una sonrisa.

¿Puede un pueblo independizarse solo por felicidad? Lo primero que se me viene a la cabeza es que no, que eso es imposible. Absurdo. No tiene pies ni cabeza. De hecho, casi que carecería de sentido que una nación, o como se la quiera llamar, se declare independiente sin que corra ni una sola gota de sangre o haya algún tipo de revuelta de esas grosas. ¿Alguien puede desasociar la imagen de una declaración de independencia en la contemporaneidad con la de ejércitos y policías? Seguramente no haya aparecido en los diarios. Pero lo cierto es que aquel 1° de Abril de 1997, fecha conocida como el “Día del pescado de abril”, los habitantes de este pequeño barrio del corazón de Vilna, capital de Lituania, se declararon independientes.  

El río Vilna. Manso y lleno de corazón (Foto propia)


¿FANTASÍA O REALIDAD?

La pregunta que todos se hacen cuando escuchan de este lugar, es: ¿Realmente Užupis es un país independiente? Nadie lo sabe. O mejor dicho, depende de para quién. Porque para todos los territorios que se declararon "Independientes", pero no están reconocidos por otros países u organismos internacionales (Aquellos que cuentan con la autoridad para tomar decisiones y marcar límites a lo largo y ancho del planeta, usualmente en beneficio propio), el hecho de haber tenido algún conflicto, difícilmente no violento, les da cierta legitimidad. Como si la sangre te pusiera una etiqueta que dice "Territorio en disputa" o alguna cosa así que nunca va a sonar muy bien, pero te da vida, te presta una identidad.  Pero no es el caso de Užupis. No, no lo es. Como dije, por aquí no corrió sangre. Y acá, a nadie le importa lo que ocurre o se piensa detrás del río Vilna, o al menos nadie encuentra algún buen motivo para molestar, para joder al que está feliz.

La cosa es que para entrar a este barrio hippie y bien bohemio (Bohemio de verdad, como el glorioso Atlanta), no hacen faltan visas ni permisos especiales. Tampoco hay fronteras, y, de hecho, casi que no te vas a dar cuenta de que estás entrando a este barrio, país o como quieran llamarlo, porque los carteles que te lo avisan están tan llenos de esos calcos que dejan los viajeros, que lo hacen ilegible. ¿Quién podría decir algo?, si los calcos son arte, el arte del viajero y de aquellos que quieren decir algo o dejar su huella inmortalizada quien sabe hasta cuando, y en Užupis el arte es la columna vertebral de la nación.

Entrada a Užupis. (Foto propia)

Tampoco te van a pedir que muestras el pasaporte cuando entrás. Te juro que no. Pero si tenés ganas, por un par de euros podes pedir que te estampen un sellito que acredite que estuviste por aquí. Y no hay conflictos territoriales con las tierras vecinas, porque el mismísimo río Vilna y un par de colinas donde yacen unas fabricas abandonadas, se ocuparon de marcar esas fronteras ridículas e imaginarias que exigen ser requisito. Y lo más importante, es que no vas a sentir que molestas con tu visita a este pequeño lugar: Nadie te va a tratar como un turista ni vas a romper las bolas sacando fotos. Todo lo contrario, el absurdo y hasta bizarro arte callejero pareciera que se hizo para vos, que alguien lo dejó ahí para que cuando vengas, lo sientas, lo pienses, lo disfrutes. A esos bares y cafeterías antiguas parece que sus dueños intentan dejarlos inmortalizados para siempre, con el objetivo de que puedas entender un poquito como eran las cosas en la época soviética. Como invitando a gozar de la libertad, enseñando como no lo era. Y lo mejor: Nadie va a regañarte nada por más que quieras usar para pagar Euros en lugar de “Eurozas”, la moneda local que no se devalúa y que mantiene su conversión de 1 Eurouzas = 1 cerveza desde hace unos generosos... 22 años.

Lugar donde te dan la "Visa" de entrada a Užupis. (Foto propia)

Mapa donde se pueden ver los límites de extensión de este pequeño país (Foto propia)

El mismísimo río Vilna marca los límites de Užupis. Fronteras y felicidad. Un mundo cierto. (Foto propia)


INDEPENDIZARSE Y VOLVER A NACER 

Que Užupis se independizó solo por felicidad, se decanta solo señores. Cuesta creer que hubo algún otro motivo más a la hora de declarar la independencia, que los de llenar de alegría un lugar tan golpeado y el de dejar atrás tantos años de represión, prohibición y negación. Caía el comunismo, caían las estatuas de Lenin y Stalin que adornaban la ciudad, y las banderas rojas por las calles de Lituania empezaban a ser reemplazadas por las de Lituania, valga la redundancia. Pero el legado en este pequeño barrio era triste: Un barrio sucio y abandonado al que el resto de los Vilnenenses no querían ni pisar. En sus orígenes, la mayoría de los habitantes del barrio eran Judíos, cuya suerte quedó en manos de los nazis y sus casas quedaron ocupadas por los malandras de la ciudad. El cementerio del mismo pueblo fue destruído por los soviéticos, que también aportaron lo suyo para complementar un plan conjunto jamás hecho , y dejar como saldo un lugar de aspecto bastante lúgubre.

Pero con los años venideros pos-comunismo, los pintores, poetas y todo tipo de artistas que aquí habitaban, comenzaron con su tarea destinada a cambiarle el color, a darle vida al barrio. Y la academia de Arte que se levanta a la otra parte de la orilla del río, impulsaba este cambio todavía con más fuerza. Esta semilla germinó años después con la declaración de la independencia, simbólica o no, aquel 1° de Abril de 1997, “Día del pescado” en Lituania, pero también el “Día de los inocentes” en gran parte del mundo. ¿Casualidad? Puede ser, pero sea una broma o no, la independencia de Užupis se hizo con alegría y empapó de la misma no solo a sus propios habitantes sino a los de toda la ciudad, que hoy tienen a este pequeño barrio/país como un sitio sagrado de la ciudad, historia y cultura lituana, más allá de quien la habite u ocupe.

El arte, descansa en las orillas del río Vilna, observando a la Academia de arte que le devolvió la vida. (Foto propia)

Y claro, como cualquier país, Užupis tiene su propia bandera, que cambia de color según la estación del año y tiene el símbolo de una mano con la palma agujereada, representando lo imposible de ocultar aun cubriéndose los ojos. También tiene su propio himno; por supuesto, no puede faltar una constitución, la cual está exhibida en 36 idiomas distintos en una de las paredes del barrio. ¿Presidente propio? Si, obvio, un tal Romas Lileikis. Muy bien, adivinaste: Artista. La República de Užupis también cuenta con su gabinete de ministros, y hasta su propio idioma. Y casi dejo pasar, como si fuera menos importante, que Užupis tiene su propio puerto, del que los locales dicen con orgullo que es el... ¡Más pequeño del mundo! Y para terminar, y lo que al fin y al cabo le da vida a una nación: Su gente. Užupis tiene una población cuyo número generosamente redondeado estima un total de... ¡300 ciudadanos!, a los cuales cualquiera puede sumarse obteniendo su ciudadanía, más allá de la distancia del recoveco del mundo en el que viva.

Bandera de la República de Užupis (Fuente: http://www.penkilnburn.com/)

Constitución de Užupis, exhibida en unas planchas de metal en 36 idiomas distintos. (Foto propia)


DOS TURISTAS EN UŽUPIS

Visité a la República de Užupis con Ieva, una compañera de trabajo que es de Vilna, y no solo por haber nacido aquí: Se nota que es de Vilna de corazón. ¿Cómo definimos “Ser de un lugar de corazón”? Yo creo que amando al lugar del que venís, estés donde estés, y digan lo que digan los demás. Justo Ieva estaba en la ciudad cuando vine. Se siente una turista más, lo noto en su sonrisa, y está feliz de haber venido a Užupis. Se sorprende, se contagia de la energía que se empecina con transmitirte este lugar. E intuyo que le produce orgullo poder acompañarme a visitar este pequeño país dentro de un pequeño país. Demasiado orgullo. El cartel emblemático que da la bienvenida a Užupis y está a tope de calcos, es la foto obligada. Tal vez sería la típica postal, si se hubieran esforzado por hacer de Užupis un lugar súper turístico.

Con mi amiga Ieva en otra de las entradas a  Užupis. (Foto propia)

La suerte de convertirste en fotógrafo por un ratito le toca a una pareja de Seattle, Estados Unidos, viajando con un chico que no debería tener mas de 13 o 14 años. “¿Que hacen acá?”, me dieron ganas de preguntarles, pero enseguida me doy cuenta de que estaría tomando como propio a un lugar al que había llegado hace solo dos días. Qué relativo que es el tiempo, ¿No? Pero como sea, nos contaron que habían vendido su casa, el auto y buscado la forma de que su hijo pudiera estudiar a la distancia, para hacer un viaje por 10 meses recorriendo toda Europa, exceptuando Rusia y Belarús, claro, territorios que dada su condición de estadounidenses, sin una visa especial no pueden pisar. La humanidad y aquellas tontas fronteras que nos ponen a los que no sentimos libres... Pero eso no importa ahora. Este lugar tiene algo especial. Se siente en la energía, se siente en las historias, se siente en su gente.

Todo es lindo, todo llama la atención. No dan ganas de dejar de caminar. En lo que sería la plaza principal, erige la estatua de un ángel tocando una trompeta, tal vez despertando a la ciudad de décadas de anestesia soviética. Pegado a un costado, hay un local llamado “Kanapiné Krautuvé”, algo así como un “Coffee shop holandés”, dentro de un país donde la marihuana no es legal, pero que al menos se vende cannabis sativa en formatos con objetos "No psicotrópicos". En Užupis se respiran aires de libertad, y no va a faltar mucho tiempo para que te dejen fumar sin joder. Y por ahí, en una de las orillas del río, entre bares y cafeterías, se mezclan varios pianos descascarados, algunos de los cuales todavía se pueden tocar. Mas allá hay una plazoleta verde con muchas banderas de colores colgando. Se llama “Plaza Tíbet”, y esos pedazos de tela decorando el lugar recuerdan la visita del Dalai Lama en el 2013, ahora ciudadano honorario del país. Allí tienen su ranchada un grupo de Hare Krishna, a los que menos que menos les puede molestar que visites “Su lugar”. 

Kanapiné Krautuvé, el Coffe Shop de Užupis (Foto propia)

El campamento Hare Krishna en la plaza Tíbet (Foto propia)

Los tres días que estuve en Vilna, visité Užupis. Y no me quiero ir. Pasaría acá cada día de mi vida, hasta que tal vez, en algún tiempo, me empezara a parecer un lugar absurdo y sin sentido. Pero no hay tiempo para ponerse a pensar en eso. Mi tren a Kaunas sale pronto. Ya perdí uno, y no quiero perder el que sigue: Allá también hay una historia que contar. Se me pasa por la cabeza una ultima misión: Encontrar alguna pilcha del equipo local. Pero creo que no hay equipo de fútbol en un barrio tan pequeño donde ni siquiera cabería un estadio, así que imposible llevarme de recuerdo una camiseta que no existe. Me voy, pero antes dejo pegado mi calco en el cartel de entrada a la ciudad, para que  Užupis se acuerde para siempre de mi como yo me voy a acordar, para siempre, de él.

Mi calco inmortaliza mi visita a un lugar que juro que me marcó: Yo también sentí esa libertad (Foto propia)

Si Užupis  es un barrio o es un país, no lo sé. Si tiene independencia o es una parte más de Vilna, tampoco. Y en mi cabeza gira una canción de Arbolito y León Gieco, en la que hablando de la fábrica autogestionada Zanon, dicen:

“No hay patrón en Zanon y la cosa parece que marcha bien…”. No hay patrón en Užupis, y se ve, se siente, se respira, que la cosa parece que marcha bien…

Gracias Užupis por hacerme creer que soñar un país justo, alegre y sin pobreza ni desigualdad es posible. Y gracias por enseñarme que es suficiente con que algo exista en nuestros corazones, para que sea real. 





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